No. 2 Año 7            ISSN:1684-1859

Editorial  

Albert Einstein visitó La Habana en 1930. Poco era lo que podíamos mostrarle de nuestra ciencia los cubanos de entonces. Einstein, sin embargo, declaró a los medios cubanos algo muy notable: La única comunidad humana verdaderamente cosmopolita es la de los científicos. Se trataba de la época que precedió al momento cuando Albert von Szent-Györgyi proclamara que él se sentía más próximo a un científico chino que a su vecino el zapatero.
La globalización, pretende imponer universalismos post-racionales y a la vez desmantelar instituciones globales humanistas y civilizadas. El sueño de la república científica universal es uno de ellos. Esto afecta en primer lugar, a los investigadores del Tercer Mundo. La ley global de nuestro tiempo es obtener dinero, a ella se pretenden subordinar todos los valores materiales y espirituales. A casi nadie se le ocurre impulsar la Bioinformática desde una Universidad en Tombuctú. Las revistas de “prestigio” presentan una proporción de autores con apellidos hispanos comparable a la de nuestra RCIM, pero la mayoría de esos autores radican en universidades europeas y norteamericanas.
La situación actual afecta no solamente a los que tercamente queremos hacer ciencia desde el Tercer Mundo, sino también a muchos colegas del llamado Primer Mundo.
Hace algunos meses le propuse a Ulrich Altrup, Profesor Titular de la Universidad de Münster, dialogar sobre la relación entre mérito científico y los criterios que se han impuesto para evaluar la ciencia.
Yo le comentaba que una vez alguien en Italia me criticó un manuscrito porque el inglés que estaba usando era demasiado bueno para haber salido de mi cabeza. Por otra parte, a un colega de Kenya que recibió toda su educación desde la primaria hasta el doctorado en inglés, constantemente le pedían que remitiera su manuscrito a la verificación gramatical de una persona de habla inglesa.
El Dr. Altrup ha sido el último entre los que estudian las bases de la epilepsia en un modelo de sistema nervioso de un caracol. Utilizar un modelo tan simple le permitió descubrir regularidades en la génesis de la epilepsia, que contrastan con las opiniones prevalentes sobre la enfermedad, pero sus ideas originales y poco ortodoxas con frecuencia son recibidas con recelo.
Para Altrup, la ciencia en Europa y los Estados Unidos se basa en la competencia desleal entre colegas y la fuerte presión del sistema por cumplir con requerimientos no siempre de índole científica, como es: publicar en revistas de impacto, incorporar mucha tecnología “de punta” aun cuando esta no sea adecuada para la solución del problema y pertenecer a los llamados “Centros de Excelencia”.
Altrup pudo comparar la ciencia del antiguo campo socialista con la realidad que le rodeaba. Le sorprendió ver como Janos Salanki en Hungría llamaba a los colegas “Hermanos en la lucha por descubrir la verdad” y los trataba como tales, mientras los jóvenes científicos británicos le preguntaban mucho y no le sugerían nada, en una evidente actitud de buscar un nicho donde promover su carrera.
Como consecuencia, los enfoques alternativos, las ideas originales y el espíritu de colaboración van disminuyendo en la ciencia occidental.
En el VI Congreso de Informática en Salud, celebrado en La Habana en el marco de la Convención “Informática 2007”, también se tocaron estos temas. Allí supimos que la intención de “informatizar” hospitales llenándolos de computadoras y robots con habilidades quirúrgicas no ha conducido en España a ninguna mejora en el servicio que se brinda, a pesar de las enormes sumas invertidas. Hubo consenso en que el llamado “factor de impacto” no refleja necesariamente mérito científico. Al mismo tiempo, nos agradó saber que en el “Primer Mundo” aun algunos colegas se preocupan por contribuir a un sistema global de ciencia sostenible donde haya espacio para nuestros países. El trabajo del Dr. Peter Murray sobre las vías mediante las cuales Cuba puede contribuir a IMIA es un ejemplo en esa dirección.
El domingo 8 de Julio de 2007 a las 11 de la noche hora de Alemania, a la edad de 61 años y en el momento más productivo de su carrera, dejó de existir mi querido amigo Ulrich Altrup. Debo decir que yo me sentía tan cerca del científico alemán Ulrich como cercano tenía a mi entrañable vecino el carpintero Raúl en Buena Vista. Y que von Szent-Györgyi me perdone.

 

José Luis Hernández Cáceres

 


 

 
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